Trujillo, territorio de resistencia
Laura María Cartagena Algarra
Trabajo de grado para optar por el título de Comunicadora Social
Énfasis en periodismo y medios audiovisuales
Director:
Jorge Iván Posada Duque
Pontificia Universidad Javeriana
Facultad de Comunicación y Lenguaje
Carrera Comunicación social
Bogotá 2016
En febrero del 2015, tuve la oportunidad de participar en un
voluntariado en el que quedé designada al azar a la zona de Trujillo, Valle, un
lugar del que nunca antes había escuchado hablar. Nunca. No habría logrado
ubicarlo en un mapa. Varias veces me preguntaron si sentía miedo del viaje que
estaba por hacer y yo no entendía por qué debía sentirlo: ignoraba absolutamente
el episodio hoy conocido como la masacre de Trujillo. Solamente logré empezar a
entender los rostros de incertidumbre que acompañaban esas preguntas cuando
pisé por primera vez el Parque monumento. Mientras Orlando Naranjo, presidente
de la Asociación de Familiares de Víctimas de Trujillo en ese entonces, nos
hacía un recorrido por la Galería de la memoria yo no podía evitar sentirme
vergonzosamente ajena. No porque no me importara lo que estaba viendo, todo lo
contrario: por desconocer un hecho de semejantes dimensiones.
Lo realmente sobrecogedor llegó cuando empezamos a recorrer
el Sendero que llevaba a un espacio de siete niveles donde se erigen los
osarios: 235. Un muerto, otro muerto, y otro, y otro, y otro, hasta 235. 235
nombres, fechas y razones de muerte: asesinato, desaparición, pena moral. Esas
escenas, que había visto en los noticieros desde que tengo conciencia, se
hacían tangibles.
La diferencia entre los titulares y la realidad era que en
las noticias un muerto era eso, un muerto; mientras que en la vida real era una
persona con todo lo que eso implica: nombre, familia, sueños, contradicciones,
miedo de morir. Ahí había 235 personas.
El momento en el que viajé coincidió con la peregrinación
anual que organiza Afavit. Allí, marchando por el pueblo, fue donde realmente
comprendí la magnitud del trabajo de las víctimas y lo decididas que estaban a
luchar hasta alcanzar su derecho a la verdad y justicia. El hecho de que
existieran espacios como el Parque Monumento, las peregrinaciones, la
constancia en el proceso de hacer memoria, el desarrollo a nivel judicial del
caso Trujillo, entre otros, eran evidencias irrefutables de su voluntad. Sin
embargo, para mí que los veía por primera vez, eran muestra también de nuestra
ceguera como sociedad: tuvieron que levantar un parque monumento para que
reconociéramos lo que había sucedido, tuvieron que marchar cada año para que no
lo olvidáramos. La palabra resistencia, tan común en el discurso del proceso de
memoria en Trujillo, no era gratuita: habían estado oponiéndose al peso de todo
un país que actuaba indiferente, como si se hubiera propuesto consciente el
objetivo de olvidar.
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